Esa noche no podía
dormir.
Posiblemente la ingesta
había sido excesiva. Habíamos cenado en casa de unos amigos y tomado después
unas copas. O quizás era el calor de una noche de verano en una gran ciudad
mediterránea. El caso es que no podía conciliar el sueño. La lectura, el
intento de relajarme, el vaso de leche fresca, habían resultado infructuosos.
Cansado de la situación
decidí salir a la terraza del ático en que vivo, con la frágil esperanza de
relajarme y alcanzar el furtivo sueño.
Una brisa fresca me
recibió en el exterior y decidí arroparme con lo primero que encontré: la vieja
cazadora de cuero que permanecía arrinconada en el trastero de las
herramientas. Reconfortado, me senté en la solitaria tumbona, dispuesto a
contemplar el magnifico cielo estrellado, mientras la imaginación deambulaba
por los difusos senderos del recuerdo.
Estaba distraído en mis
pensamientos cuando sin querer tropecé con un pequeño objeto olvidado en un
bolsillo de la cazadora. Se trataba de un colgantillo de plata con la forma de
un ave, que inmediatamente me trajo a la memoria el recuerdo de su propietaria.
- Blanca – pensé- la desgraciada amiga de mi adolescencia.
¡Cuantas horas habíamos pasado juntos! Platicando sobre lo divino y lo humano. Buscando las respuestas a todas las preguntas que nuestra excesiva juventud nos planteaba. Habíamos compartido amigos, risas, secretos… hasta que la pobre “Lechuza” – así le apodábamos, por sus grandes ojazos- había fallecido. Un desgraciado accidente de tráfico había segado su vida y la de su padre en plena juventud. Tardé mucho tiempo en recuperarme del shock.
- Blanca – pensé- la desgraciada amiga de mi adolescencia.
¡Cuantas horas habíamos pasado juntos! Platicando sobre lo divino y lo humano. Buscando las respuestas a todas las preguntas que nuestra excesiva juventud nos planteaba. Habíamos compartido amigos, risas, secretos… hasta que la pobre “Lechuza” – así le apodábamos, por sus grandes ojazos- había fallecido. Un desgraciado accidente de tráfico había segado su vida y la de su padre en plena juventud. Tardé mucho tiempo en recuperarme del shock.
La desdichada Blanca siempre me decía: - existe algo más, la vida no es solo lo que vemos con los ojos- . Yo me reía con la sana ignorancia de la juventud y el frío raciocinio de mi mente lógica.
- Que no, Blanca, solo existen las matemáticas, la física, la química..
- Si muero antes que tu, te lo demostraré- respondía enojada, mirándome con sus ojazos firmemente.
Perdido en estas reflexiones, sentí por un momento que el viento se paraba. La noche fue ocupada por un denso silencio. La calma de lo inminente invadió mi alma y justo en ese preciso instante una lechuza blanca surcó la noche, majestuosa y enigmática.
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