Cada vez es mayor el número de personas y de publicaciones en redes sociales por personas o grupos de intereses que no tienen conocimientos cientificos serios (y por supuesto ningún aval de sociedades médicas o cientificas), que difunden comentarios, publicaciones, opiniones, de terapias "mágicas" o "naturales" y que generan dudas, inquietud, sospechas... en ocasiones hasta abandonos de tratamientos médicos más o menos importantes.
Esta situación está generando bastante ansiedad en muchas personas, como he podido constatar diarimente en la consulta, a la vez ocasiona un gasto económico en terapias o productos que teoricamente mejoran su salud o le curan de cualquier enfermedad, incluido el cáncer. Provoca en personas sensatas dudas sobre vacunar o no a sus hijos, hacerles una dieta de tal o cual tipo en plena etapa de crecimiento, etc.
Este hecho es cada vez más subrrealista. Aparecen opiniones o terapias insólitas favorecidas por la gran difusión de las redes sociales, donde cualquiera puede decir la mayor barbaridad, basándose en el anonimato y la falta de una legislación que exigiera responsabilidades a los autores de daños a la salud por desinformación o publicidad engañosa.
En el siguiente artículo se hace una reflexión sobre esta situación desde una publicación seria y científica.
La anti-medicina
Editorial Univadis 12 mar. 2019
El siglo XX es el siglo de la ciencia. El ser humano
ha pasado de vivir sin luz ni electricidad, de desplazarse a pie (algunos
privilegiados en carruaje), a estar conectado a móviles y tabletas, a viajar en
avión y trenes de alta velocidad. Todo esto lo ha posibilitado la ciencia y en
medicina, si cabe, el salto ha sido aún mayor. En España hemos pasado de una esperanza
de vida que se aproximaba a los 40 años a principios del siglo XX, a duplicarla
en apenas 100 años. ¿La explicación? Aguas desinfectadas, antibióticos,
quirófanos estériles, vacunas, mejor alimentación, avances quirúrgicos,
reanimación cardiopulmonar y soporte vital, trasplantes, inmunosupresores y un
largo etcétera.
Sin embargo, en
paralelo a estos avances científicos, existe una fuerte corriente que se opone
a la ciencia, en nuestro caso a la medicina. Pareciera que la ciencia se ha
convertido ahora en el nuevo paradigma, en el criterio de autoridad: estoes
correcto porque lo dice un Premio Nobel, o porque “se ha demostrado
científicamente”. En medicina diríamos que estoes lo adecuado
porque hay un ensayo clínico que lo apoya o porque se ha publicado en una
revista de impacto. Dejando aparte los fraudes y las equivocaciones de la
ciencia, los cuales, por supuesto, existen (también en medicina, nos ocuparemos
de ello en otro Editorial), hay una fuerte corriente en contra de la autoridad
de la ciencia.
El cuestionamiento de
la ciencia, de la medicina, suele provenir de grupos y personas que gustan de
contravenir la autoridad, el pensamiento dominante. Muchas veces es por una
actitud escéptica, que bien planteada es la actitud científica pero que si carece
de sustento conduce al descreimiento completo, cayendo en una especie de
nihilismo social. Pero existen más motivos: pensamientos conspiranoicos (la
realidad es engañosa y bajo ella hay una enorme manipulación, también en
medicina); creencias naturalistas (lo natural es lo bueno y la medicina es
opuesta a ello); ideas políticas y religiosas (en el anterior Editorial
explicábamos cómo algunas ideas religiosas contradicen la medicina); y muchas
más causas, las cuales confluyen en un lugar común: la medicina es una gran
mentira y los médicos participan de esta pantomima.
Para entender mejor el
movimiento anticientífico (anti-medicina), pondremos dos ejemplos, uno sobre la
ciencia y otro médico. Muchas personas y grupos niegan que el hombre haya
estado en la Luna o que la Tierra sea ovalada. Los que niegan que Neil
Armstrong pisó la Luna en 1969 y los terraplanistas (Flat Earth Society,
la Sociedad de la Tierra Plana) son inmunes a los argumentos científicos, a los
hechos que muestra la ciencia: las fotos de la Tierra desde el espacio están
trucadas, el alunizaje del Apolo 8 fue un montaje y más opiniones del estilo
que niegan los hechos de la ciencia.
Por si fuera poco, los
movimientos anticientíficos utilizan torticeramente los argumentos que rebaten
sus ideas. En el falso documental de William KarelDark Side of the Moon(2002),
se explica cómo el viaje del Apolo 8 fue un engaño (el alunizaje fue rodado en
un estudio por Stanley Kubrick), con testimonios falsos (entrevistas y frases
sacadas de contexto) de autoridades como Richard Nixon, Donald Rumsfeld o Henry
Kissinger. A pesar de que al final del documental se explica que se trata de
una broma, muchos negacionistas se apoyan en este documental para defender que
el hombre nunca ha pisado la Luna. Lo mismo sucede con los creacionistas (los
que niegan la evolución del hombre desde el mono) o con
los terraplanistas y, como sabiamente decía Baltasar Gracián
(1601-1658) en El Criticón, “No hay peor sordo que el que no quiere
oír”.
Si trasladamos esta
mentalidad anticientífica a la medicina, rápidamente pensamos en las vacunas y
en los movimientos antivacunas. Sin entrar en detalle en sus argumentos,
motivaciones y contra-argumentos, uno de sus mantras es que las vacunas
producen autismo y patología neurológica. Esto parte del Caso Wakefield, cuando
en 1998 el Dr. Andrew Wakefield publicó en The Lancet12 casos de
niños con enterocolitis crónicas y alteraciones neurológicas, ocho de los
cuales parecían estar en relación con la vacuna triple vírica. Los medios
de comunicación fueron letales contra la vacuna, acrecentando los prejuicios y
miedos ante la vacunación. Seis años después The Lancetreconoció
que no debía haber publicado el artículo debido a “fatales
conflictos de interés”: el Dr. Wakefield había cometido fraude científico,
falsificando datos y beneficiándose económicamente de la publicación, ya que
había cobrado de los abogados que buscaban pruebas contra la vacuna. Todavía
hoy la publicación del Dr. Andrew Wakefield tiene eco entre los antivacunas.
El pensamiento
anti-medicina se suele apoyar en una serie de prejuicios y lugares comunes,
algunos absurdos y otros con cierto sentido:
1. Las medicinas
alternativas (a la medicina científica) son altruistas y sólo buscan el bien
del paciente, mientras que la medicina oficial es puro lucro. Este argumento se
cae por su propio peso, ya que los movimientos anti-medicina también tienen sus
propios intereses y, por ejemplo, detrás de las medicinas alternativas existen
importantes intereses económicos: mueven y ganan ingentes cantidades de dinero,
además sin gastar en investigación ni en innovación.
2. Uno de los
principales argumentos contra la medicina científica es oponerla a lo natural.
En primer lugar, es difícil definir qué es natural; por otro lado, natural no
es igual a bueno (el hombre primitivo no tenía antibióticos y se moría naturalmentede
un arañazo); y, por último, la medicina científica usa gran cantidad de
productos naturales, eso sí, sabiendo con exactitud qué se utiliza y sus
cantidades.
3. La medicina daña
más que produce beneficio. En los medios no dejan de aparecer datos acerca de
la iatrogenia y las muertes provocadas por la medicina, cosa que es cierta y
que debemos vigilar. Por este motivo cada vez se refuerza más la seguridad del
paciente: la buena medicina es aquella que valora en cada decisión los riesgos
y beneficios, considerando como mejor opción aquella que ofrece mayor
beneficio.
4. Los médicos son
cómplices de una gran estafa millonaria. Aquí no es preciso siquiera
contra-argumentar.
Los que defendemos la
ciencia, la medicina basada en buenas pruebas, debemos tener presente que la
mejor forma de defenderla es exigir que la medicina sea verdaderamente
científica y rigurosa. Precisamente porque sabemos que en la medicina existen
el fraude, los errores y que hay intereses ocultos, tenemos que ser
extremadamente cuidadosos para apoyarnos en la buena ciencia. En una ciencia,
en la medida de lo posible, desinteresada; lo que en medicina se traduce en una
ciencia interesada sólo por el bienestar y la salud de los pacientes.
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