Las olas baten sin compasión el acantilado. Brama el mar enfurecido arrastrando por la playa los restos de vidas anteriores: algas, leños, caracolas y dentro de poco también arrastrarán los despojos de este desgraciado cuerpo. Pero antes he de servir de alimento a las criaturas marinas. Al menos eso. Que ellas reciban algo de la energía que aún me queda, que me reciclen y sobrevivan un día más. Que participen también de la maldición que me acompaña y me consume.
Cuando termine de escribir estas líneas el ocaso habrá llegado. Con la última luz del día beberé el exquisito vino que contiene la botella, guardaré en su interior estas letras y caminaré mirando el rojo horizonte, mientras el agua salada y fría reemplaza el dulce aroma del licor. Al fin habrá terminado mi huida.
Quizás tu, desdichado personaje que encontraste la botella, pienses que tiene algún interés desvelar el misterio que encierra la misma. ¡Cuan equivocado estás! Hay verdades que deben permanecer ocultas para siempre pues su conocimiento solo aporta infortunio y desesperanza.
“Mi historia empezó hace muchos años en un pueblo de la meseta castellana, en el que vivía una apacible existencia tras muchos años de trabajo y estudio. De origen humilde, había conseguido terminar una licenciatura en medicina, especializándome después en ginecología y tras el obligado paso por diferentes hospitales españoles, recalé definitívamente en una consulta privada que, en la paz de la meseta, me aportaba no solo el sustento económico necesario para vivir holgádamente, sino también los placeres del reconocimiento social y la alegría del trabajo sencillo pero bien realizado. Allí viví felizmente en mi modesta y acogedora casa, rodeado de libros, música, las plantas de mi pequeño jardín y los amigos que nunca faltaban. Era una persona sencilla, honesta y respetada por mis conciudadanos.
En aquella época yo me creía conocedor de la verdad. Mi mentalidad científica y un moderado escepticismo me permitían tener un sentido diáfano y racional de la existencia, hasta que la fatalidad vino a buscarme.
Una noche, finalizando ya mi consulta, tuve que asistir a una joven pareja, que como tantas otras, buscaba mi opinión sobre el bienestar de la gestación casi a término, que la encantadora madre exhibía. Una chica preciosa de grandes ojos azules y mirada inocente, con la sonrisa en sus labios, me demandaba las pequeñas inquietudes propias de su situación, a las que yo respondía paciente y afable. Pasamos después a realizar el estudio ecográfico de su embarazo y como tantas veces, yo mostraba a la pareja las diferentes partes de la anatomía fetal, mientras con mis palabras transmitía la tranquilidad que ellos deseaban y yo compartía. Llegó el momento de mostrar la cara de su hijo y durante unos segundos la imagen del ecógrafo penetró en mi cerebro, provocando el cataclismo. Fui incapaz de pronunciar una sola palabra más. Apagué el ecógrafo, y despedí con cualquier excusa a la pareja.
Esa noche no pude dormir. No volví nunca más a pasar consulta.
Al día siguiente, sin despedirme de nadie, abandoné mi vida pasada y desaparecí. La verdad impronunciable que había visto no me dejaba descansar. El miedo y la desesperación me hacían vagar de un sitio para otro. Intentaba olvidar, o al menos que se olvidara de mí, aunque sabia que no podía hacerlo. Dormía en las calles, en el metro, en las estaciones de ferrocarril. Bebía todo el tiempo que podía, hasta que mi mente aletargada por el alcohol, descansaba por un breve periodo, Así transcurrieron los años, y me fui convirtiendo en el despojo huraño y asocial que ahora soy.
Con el tiempo la imagen se había ido desvaneciendo, incluso llegué a pensar que había sido fruto de mi imaginación. Un trastorno mental me había llevado a este punto y aunque mi vida estaba ya perdida, mientras mantuviera el secreto de mi visión, nadie más se vería afectado. Pobres esperanzas de mi destrozada mente.
Una noche mientras recogía los restos de la basura de un contenedor, lo vi de nuevo. La imagen del joven líder de un gran partido político me sonreía desde los restos maltrechos del periódico. Entonces comprendí definitivamente que no había solución. Aquel joven encarnaba la visión que tuve el día fatídico en que se desmoronó para siempre mi sentido de la realidad. Había crecido, pero era Él. Seguía cumpliéndose el destino que irremediablemente nos llevaría una vez más a la destrucción”.
Ahora, malhadado lector, tienes la última oportunidad de interrumpir el relato, destruir estas letras o devolver al mar algo que no te pertenece, y que solo puede traerte desasosiego y tristeza, porque has de saber que una mente racional y lúcida como la mía quedó para siempre destruida con el conocimiento de la verdad. Una verdad inapelable que explica el horror y la desgracia de nuestros semejantes, pero que es indestructible.
Lo que yo vi en la cara de aquel feto fue el horror y la maldad absoluta. Cuando abrió sus ojos un segundo y me miró a través de la pantalla del ecógrafo, supe que estaba perdido. Después me sonrió y en su sonrisa de triunfo supe que todos estábamos perdidos, porque aquella era la sonrisa y la mirada del Maligno.