La bruma empezaba a disiparse. El tibio sol del amanecer iniciaba su cotidiana tarea. Como un peregrino más nos saludaba con timidez, mientras los últimos jirones de niebla se zafaban del abrazo de los pinos y abrían ante nuestros soñolientos ojos el camino tantas veces recorrido, que nos llevaría definitivamente al encuentro con la puerta del perdón.
Era la segunda vez que hacía el camino de Santiago. Aunque ya conocido, no dejaba de sorprenderme la paz que me producía el lento discurrir de las horas en medio de una naturaleza domeñada, sencilla, ondulada y verde. Mis pasos lentos, el susurro del viento, el sonido del agua en algún riachuelo eran mi compañía. Y en ocasiones otro peregrino más presuroso que al adelantarme susurraba: ¡buen camino!
Esa mañana había madrugado, me esperaba una dura jornada y no iba sobrado de fuerzas, así que me sorprendió encontrarla en un recodo del camino, mirando ensimismada una de las muchas flores silvestres que adornaban el sendero. Iba vestida con un pantalón corto tipo vaquero y una camiseta azul celeste. Una pequeña mochila, también azul, completaba su atuendo. Mostraba una actitud relajada, mirando las flores con parsimonia y, cuando pasé a su lado, me dedicó una sonrisa, respondiendo a mi saludo. No era ninguna jovencita, pasaba sobradamente de los cincuenta años, y me pareció inusual encontrarla sola tan temprano, pero en el camino encuentras los mas variados personajes y, al cabo de unos minutos, mi mente divagaba entre los verdes del paisaje y mis disipados pensamientos.
Al cabo de unas horas de caminar hallé un humilde bar que tenia dos mesas y alguna silla en la puerta. Ofrecía suculentos bocadillos y cerveza fresca, así que, sin dudarlo, decidí reponer fuerzas mientras contemplaba el hermoso paisaje que nos regalaba. Estaba ya con el café cuando la vi acercarse con su lánguido caminar y la sonrisa puesta. Tras el intercambio de las habituales frases de cortesía, decidió sentarse a la mesa. Hablamos del camino y las sensaciones que provocaba en cada peregrino.
Me contó que era brasileña. Estaba casada con un español fallecido recientemente y con el dinero recibido del seguro de vida que tenia contratado había decidido realizar el sueño de su marido. No le importaba el tiempo que tardaría en hacer el camino, pues nadie la esperaba, por ello caminaba sin prisa, disfrutando el paisaje y sus recuerdos, admirando y oliendo las flores del camino.
- igual que las mariposas- exclamé.
Me miró sorprendida y tras una pausa valorativa me preguntó:
-¿ quieres que te cuente una extraña historia?
Afirmé y pedí dos nuevos cafés, mientras encendía un purillo que reservo para las ocasiones especiales....... (continuará)
Era la segunda vez que hacía el camino de Santiago. Aunque ya conocido, no dejaba de sorprenderme la paz que me producía el lento discurrir de las horas en medio de una naturaleza domeñada, sencilla, ondulada y verde. Mis pasos lentos, el susurro del viento, el sonido del agua en algún riachuelo eran mi compañía. Y en ocasiones otro peregrino más presuroso que al adelantarme susurraba: ¡buen camino!
Esa mañana había madrugado, me esperaba una dura jornada y no iba sobrado de fuerzas, así que me sorprendió encontrarla en un recodo del camino, mirando ensimismada una de las muchas flores silvestres que adornaban el sendero. Iba vestida con un pantalón corto tipo vaquero y una camiseta azul celeste. Una pequeña mochila, también azul, completaba su atuendo. Mostraba una actitud relajada, mirando las flores con parsimonia y, cuando pasé a su lado, me dedicó una sonrisa, respondiendo a mi saludo. No era ninguna jovencita, pasaba sobradamente de los cincuenta años, y me pareció inusual encontrarla sola tan temprano, pero en el camino encuentras los mas variados personajes y, al cabo de unos minutos, mi mente divagaba entre los verdes del paisaje y mis disipados pensamientos.
Al cabo de unas horas de caminar hallé un humilde bar que tenia dos mesas y alguna silla en la puerta. Ofrecía suculentos bocadillos y cerveza fresca, así que, sin dudarlo, decidí reponer fuerzas mientras contemplaba el hermoso paisaje que nos regalaba. Estaba ya con el café cuando la vi acercarse con su lánguido caminar y la sonrisa puesta. Tras el intercambio de las habituales frases de cortesía, decidió sentarse a la mesa. Hablamos del camino y las sensaciones que provocaba en cada peregrino.
Me contó que era brasileña. Estaba casada con un español fallecido recientemente y con el dinero recibido del seguro de vida que tenia contratado había decidido realizar el sueño de su marido. No le importaba el tiempo que tardaría en hacer el camino, pues nadie la esperaba, por ello caminaba sin prisa, disfrutando el paisaje y sus recuerdos, admirando y oliendo las flores del camino.
- igual que las mariposas- exclamé.
Me miró sorprendida y tras una pausa valorativa me preguntó:
-¿ quieres que te cuente una extraña historia?
Afirmé y pedí dos nuevos cafés, mientras encendía un purillo que reservo para las ocasiones especiales....... (continuará)
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